Soy un monstruo,
me dije para darme ánimos un día que me pilló así como bajo de
defensas. Tenía ya veinte y pocos y no sabía responder a preguntas
elementales.
En cuanto abría la boca siempre me econtraba con un "y tu de donde eres?". Dichoso acento. Pero cuál? El acento del renacuajo que creció en Lora del Río -Sevilla-, el del chaval que se hizo adolescente y joven en la ciudad satélite, en el barrio de San Ildefonso, en Cornellá? El acento murciano de mi padre? el acento terraltenc de mi madre? el acento garriguenc de mi abuela materna, con la que siempre tantas horas pasé?
Y yo qué sé de donde soy, si por mi lengua o acento tengo que decir que soy de alguna parte.
Y después claro, que te pregunten como te llamas y que tengas que pensar "y a este (o esta) qué le digo?". Que soy Paco? Que soy Francesc? Que soy Quico? Que soy Cisco? Que soy Francisco? Que soy Francisquito?
Hay tantas historias detrás de tantas maneras como me llaman que a veces quedaba pasmao, en silencio, sin responder. Yo soy aquél, hubiera cantado Raphael. Ese grande.
Yo crecí en una calle sin asfaltar. De las muchas que había en San Ildefonso. Pero nosotros teníamos lo que llamábamos "la montaña", justo donde acababa la calle sin asfaltar. Un montículo asalvajado de tierra enmedio la ciudad dominó. Ya veis. Pobres chavales "vamos a jugar a la montaña", decíamos, y era como un privilegio de los de la calle. Porque eso sí que lo teníamos, los de nuestra calle y los de "otras" calles. Vida en la calle, hasta el anochecer. Ahora "la montaña" es una escuela pública que construyó el primer ayuntamiento democrático, del PSUC. Y ya no hay calles sin asfaltar.
En toda la calle sólo dos de los chavales sabíamos hablar en catalán. Una calle de unos nueve bloques de nueve pisos, con cuatro pisos por rellano. En el cole nada era diferente. El San Ildefonso. Enorme. Ahí estaba todo el barrio. En 8 años de EGB solamente un día un profesor nos dió una clase en catalán. Y para mi fué muy frustrante. Hizo una lista de palabras en castellano que teníamos que decir si sabíamos como eran en catalán. Una de las primeras era "bandeja", yo levanté rápido el brazo y dije "safata", a lo que me respondió con un NOOOOOO que aún me duele, "plata", me corrigió. Y ahí se acabó todo.
Pero eso me lo encontré el primer día de clase en el instituto. San Ildefonso se había convertido en la "ciutat trapera". En Cornellá solamente había un instituto. Y las bandas juveniles y las drogas marcaban la ley. Yo amenazaba por no ir por buen camino, así que mis padres me llevaron a vivir con mi abuela en Barcelona, para que pudiera ir al instituto en Sants.
El profesor de catalán, ese primer día de instituto, apareció con un aire de autoridad que yo no tenía acostumbrado. Solemnemente nos dijo que para evaluar nuestro nivel hiciéramos una redacción de media página, sobre qué habíamos hecho en el verano. "En català?" pregunté. "En què vols fer-la, si és classe de català!" me reprendió severamente. Ya, pero yo no había hecho nunca clase "de català". Hoja en blanco. Boli. Saber qué decir y como decirlo en catalán, pero no tener ni idea de como escribirlo. Sensación de analfabeto total. El profesor flipó tanto conmigo que hizo venir a mis padres. Y se lo explicaron. El niño sabe hablar catalán porque su madre es catalana, pero viene de San Ildefonso, donde nunca nadie nos había enseñado nada en catalán.
El cruel sarcasmo de la situación era que mi padre, maestro de escuela, murciano, había sido detenido, allá por el 1974 o 75, denunciado por la directora de la escuela, catalanoparlante y catalana de generaciones, acusado de promover un manifiesto para que de alguna manera a los chavales de San Ildefonso también se nos enseñara el catalán.
Cuando la Policía Armada (los grises) fueron a detener a mi padre yo no sabía qué pasaba. Y de hecho no lo supe valorar hasta mucho después. Cuál era nuestra lengua propia no era lo que importaba. La de mi padre y la mía era el castellano, y la de la directora que lo denunció era el catalán. Las lenguas conviven. Las lenguas no son el problema, nunca lo han sido. El problema del catalán era -y es- un estado en contra. El catalán había sobrevivido a la derrota del 1714 y a su condena centenaria al ostracismo. Pero el catalán se hacía lengua viva en todos aquellos que la defendían, con independencia de su origen o lengua primera. Como mi padre, murciano, castellanohablante.
O como yo, que con el tiempo milité en la defensa del catalán, en La Crida a la Solidaritat. Y siempre después. El como yo, que mi lengua primera y durante tantísimos años única, el castellano, era un yo compartido. Con todos los chavales de la calle. Con todos los compañeros del cole.
Esta semana, la Llei de Transitorietat, ha establecido la cooficialidad de catalán y castellano. No podía ser de otra manera. Pero tenía que ser así. De entrada porque sería impensable que la independencia, querida para ampliar todos nuestros derechos, implicara el más mínimo retroceso en nuestros derechos lingüísticos. Pero, sobre todo, porque con este articulado jurídico se reconoce y da carta de naturaleza a la realidad del "somos" de nuestra Catalunya, de la Catalunya de hoy.
La independencia no es un proyecto anclado en un pasado mitificado. La independencia es un proyecto de la Catalunya de hoy, que la reconoce plenamente, y para la Catalunya de hoy. No la Catalunya del 1714, ni la de hace cien años. La Catalunya de hoy, en la que el castellano ha pasado a formar parte de nuestra identidad colectiva. Y de nuestro futuro. La convivencia lingüística ejemplar que se ha dado en Catalunya solamente se ha visto amenazada por la hostilidad del estado español, y eso, con la independencia, desaparecerá.
La independencia consagra, con la Llei de Transitorietat, el reconocimiento de nuestra realidad social, de orígenes y lingüística. Y la eleva a signo de identidad, a futuro, a oportunidades, a garantía plena de supervivencia en plenitud del catalán, junto al castellano, la que es la primera lengua de la mayoría de nuestra sociedad, entre los que me incluyo, entre los que incluyo a mi difunto padre, que estaría orgulloso de lo que estamos haciendo y de como lo estamos haciendo.
Gracias, muchas gracias, a todos los que han formulado este reconocimiento a lo que somos y queremos ser, a través de la Llei de Transitorietat.
Desde ese chaval que ya era por encima de cualquier acento. Desde ese chaval que ya era incluso compartiendo tantas identidades, lenguas y nombres. Gracias. Desde lo más profundo de esa mi calle, en San Ildefonso, sin asfaltar tantos años, desde esa montaña, hoy convertida, como metáfora del país, en escuela que lleva por nombre "Francesc Macià", gracias. Gracias por ser voz y lengua en igualdad. Gracias por elevar a norma fundacional este "somos" de nuestro presente y que tanto futuro tiene, porque es nuestro único futuro.
En cuanto abría la boca siempre me econtraba con un "y tu de donde eres?". Dichoso acento. Pero cuál? El acento del renacuajo que creció en Lora del Río -Sevilla-, el del chaval que se hizo adolescente y joven en la ciudad satélite, en el barrio de San Ildefonso, en Cornellá? El acento murciano de mi padre? el acento terraltenc de mi madre? el acento garriguenc de mi abuela materna, con la que siempre tantas horas pasé?
Y yo qué sé de donde soy, si por mi lengua o acento tengo que decir que soy de alguna parte.
Y después claro, que te pregunten como te llamas y que tengas que pensar "y a este (o esta) qué le digo?". Que soy Paco? Que soy Francesc? Que soy Quico? Que soy Cisco? Que soy Francisco? Que soy Francisquito?
Hay tantas historias detrás de tantas maneras como me llaman que a veces quedaba pasmao, en silencio, sin responder. Yo soy aquél, hubiera cantado Raphael. Ese grande.
Yo crecí en una calle sin asfaltar. De las muchas que había en San Ildefonso. Pero nosotros teníamos lo que llamábamos "la montaña", justo donde acababa la calle sin asfaltar. Un montículo asalvajado de tierra enmedio la ciudad dominó. Ya veis. Pobres chavales "vamos a jugar a la montaña", decíamos, y era como un privilegio de los de la calle. Porque eso sí que lo teníamos, los de nuestra calle y los de "otras" calles. Vida en la calle, hasta el anochecer. Ahora "la montaña" es una escuela pública que construyó el primer ayuntamiento democrático, del PSUC. Y ya no hay calles sin asfaltar.
En toda la calle sólo dos de los chavales sabíamos hablar en catalán. Una calle de unos nueve bloques de nueve pisos, con cuatro pisos por rellano. En el cole nada era diferente. El San Ildefonso. Enorme. Ahí estaba todo el barrio. En 8 años de EGB solamente un día un profesor nos dió una clase en catalán. Y para mi fué muy frustrante. Hizo una lista de palabras en castellano que teníamos que decir si sabíamos como eran en catalán. Una de las primeras era "bandeja", yo levanté rápido el brazo y dije "safata", a lo que me respondió con un NOOOOOO que aún me duele, "plata", me corrigió. Y ahí se acabó todo.
Pero eso me lo encontré el primer día de clase en el instituto. San Ildefonso se había convertido en la "ciutat trapera". En Cornellá solamente había un instituto. Y las bandas juveniles y las drogas marcaban la ley. Yo amenazaba por no ir por buen camino, así que mis padres me llevaron a vivir con mi abuela en Barcelona, para que pudiera ir al instituto en Sants.
El profesor de catalán, ese primer día de instituto, apareció con un aire de autoridad que yo no tenía acostumbrado. Solemnemente nos dijo que para evaluar nuestro nivel hiciéramos una redacción de media página, sobre qué habíamos hecho en el verano. "En català?" pregunté. "En què vols fer-la, si és classe de català!" me reprendió severamente. Ya, pero yo no había hecho nunca clase "de català". Hoja en blanco. Boli. Saber qué decir y como decirlo en catalán, pero no tener ni idea de como escribirlo. Sensación de analfabeto total. El profesor flipó tanto conmigo que hizo venir a mis padres. Y se lo explicaron. El niño sabe hablar catalán porque su madre es catalana, pero viene de San Ildefonso, donde nunca nadie nos había enseñado nada en catalán.
El cruel sarcasmo de la situación era que mi padre, maestro de escuela, murciano, había sido detenido, allá por el 1974 o 75, denunciado por la directora de la escuela, catalanoparlante y catalana de generaciones, acusado de promover un manifiesto para que de alguna manera a los chavales de San Ildefonso también se nos enseñara el catalán.
Cuando la Policía Armada (los grises) fueron a detener a mi padre yo no sabía qué pasaba. Y de hecho no lo supe valorar hasta mucho después. Cuál era nuestra lengua propia no era lo que importaba. La de mi padre y la mía era el castellano, y la de la directora que lo denunció era el catalán. Las lenguas conviven. Las lenguas no son el problema, nunca lo han sido. El problema del catalán era -y es- un estado en contra. El catalán había sobrevivido a la derrota del 1714 y a su condena centenaria al ostracismo. Pero el catalán se hacía lengua viva en todos aquellos que la defendían, con independencia de su origen o lengua primera. Como mi padre, murciano, castellanohablante.
O como yo, que con el tiempo milité en la defensa del catalán, en La Crida a la Solidaritat. Y siempre después. El como yo, que mi lengua primera y durante tantísimos años única, el castellano, era un yo compartido. Con todos los chavales de la calle. Con todos los compañeros del cole.
Esta semana, la Llei de Transitorietat, ha establecido la cooficialidad de catalán y castellano. No podía ser de otra manera. Pero tenía que ser así. De entrada porque sería impensable que la independencia, querida para ampliar todos nuestros derechos, implicara el más mínimo retroceso en nuestros derechos lingüísticos. Pero, sobre todo, porque con este articulado jurídico se reconoce y da carta de naturaleza a la realidad del "somos" de nuestra Catalunya, de la Catalunya de hoy.
La independencia no es un proyecto anclado en un pasado mitificado. La independencia es un proyecto de la Catalunya de hoy, que la reconoce plenamente, y para la Catalunya de hoy. No la Catalunya del 1714, ni la de hace cien años. La Catalunya de hoy, en la que el castellano ha pasado a formar parte de nuestra identidad colectiva. Y de nuestro futuro. La convivencia lingüística ejemplar que se ha dado en Catalunya solamente se ha visto amenazada por la hostilidad del estado español, y eso, con la independencia, desaparecerá.
La independencia consagra, con la Llei de Transitorietat, el reconocimiento de nuestra realidad social, de orígenes y lingüística. Y la eleva a signo de identidad, a futuro, a oportunidades, a garantía plena de supervivencia en plenitud del catalán, junto al castellano, la que es la primera lengua de la mayoría de nuestra sociedad, entre los que me incluyo, entre los que incluyo a mi difunto padre, que estaría orgulloso de lo que estamos haciendo y de como lo estamos haciendo.
Gracias, muchas gracias, a todos los que han formulado este reconocimiento a lo que somos y queremos ser, a través de la Llei de Transitorietat.
Desde ese chaval que ya era por encima de cualquier acento. Desde ese chaval que ya era incluso compartiendo tantas identidades, lenguas y nombres. Gracias. Desde lo más profundo de esa mi calle, en San Ildefonso, sin asfaltar tantos años, desde esa montaña, hoy convertida, como metáfora del país, en escuela que lleva por nombre "Francesc Macià", gracias. Gracias por ser voz y lengua en igualdad. Gracias por elevar a norma fundacional este "somos" de nuestro presente y que tanto futuro tiene, porque es nuestro único futuro.