24 de set. 2019

EL SO DEL SILENCI

Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar. 


Machado era como una franja tras la cual solamente algo prohibido. Lo sé por los discos de mi padre. Escucha, nene. Era Serrat, cantando a Machado. Después estaba mi padre y sus cosas, que todas cobraban forma en una sonrisa de confianza y silencio ante nosotros y de extrañas apariciones, desapariciones, y visitas, y llamadas. Con el hermano que me seguía establecimos ciertos vínculos de causalidad entre la presencia masiva de los antidisturbios de los grises en el cuartelillo de la ciudad satélite y las ausencias de papá. Más tarde ya todo se supo. Entonces sólo aquel "escucha, nene" 

-murió el poeta lejos del hogar...

"Por qué murió lejos del hogar?" preguntaba. "Se tuvo que ir" respondía mi padre. "La guerra".

Lo recuerdo hoy, aquí, en Cotlliure, ante la tumba de Machado, el poeta que murió lejos del hogar. Mi novia me abraza. No está acostumbrada a verme derramar lágrimas.

Me pregunta, precediéndolo de un "tonto" con el que quiere sacar tensión al momento, qué me pasa. No respondo.

"Por qué me has traído aquí?", me insiste.

Lee en mis silencios todo lo que no sabe de mi, pero intuye.

"Qué saben de mi?", me pregunto yo.

No, no hay sendas que nunca se hayan de volver a pisar. Es mentira. Eso he venido a desahogarme ante la tumba de Machado.

Hoy yo tendría que estar en Barcelona, en un acto al que me habían invitado pero la autoridad no me permite asistir.

Yo crecí en los grupos de jóvenes de la parroquia. Compromiso, revisión de vida, vivir la fe. Hasta que un día cambié mi compromiso con la fe por un compromiso con la independencia de Catalunya. Mi fe y mi vivencia de esa fe me había estructurado una arquitectura de valores que siempre mantuve compatibles. La no violencia. La solidaridad.

Pero pasaron muchas cosas. Aquellos años 80 i 90 el independentismo era casi testimonial. Todos nos conocíamos por el nombre. Incluso cuando nos enfrentábamos entre nosotros. Y Barcelona era una jungla por la que frecuéntemente nos movíamos como presas de una violencia política fascista que actuaba impunemente. En la Facultad. En la calle. Acumulaba amenazas de las que no podía dar cuenta a nadie. Te hacías fuerte, pero eras igualmente vulnerable a sus cacerías. No eras como ellos, pero intentabas no te vieran débil. Cuando no te ven débil, eres fuerte. Entré a formar parte de los voluntarios de seguridad que velaban por el normal desarrollo de diferentes actos independentistas.

De aquella época acumulé ser víctima de tres palizas, una vez la nariz rota y que me saltaran dos dientes. Nunca ninguna denuncia. Para qué? La connivencia entre la policia española y la ultraderecha era total. Eso nos llevaba a una cierta autogestión de nuestra seguridad.

Yo conservaba, como un último cable con aquello en lo que me crié, contactos con el mundo de la Iglesia. Alguna vez me escapaba unos días al interior del monasterio de Montserrat. Y ahí me veía cara a cara con mi otro yo.

Pero lo cierto es que me escapaba más frecuentemente al País Vasco. A emborracharme, seguro, en las herrikos. A conciertos. A manis. Conoces gente, aunque no lleguen a ser tus amigos, si suficiente para quedadas, movidas, etc. Un día ves por la tele que algunos de esos que conocías los han detenido. Te acojona, pero al fin y al cabo tu no has hecho nada.

Hasta que un día detienen a un amigo de Barcelona. Y lo encarcelan. Nos carteamos. Y lo voy a ver, de acuerdo con la familia, varias veces a la carcel, en varias de las cárceles por todo el estado español donde lo tuvieron. Esas visitas fueron mi primer y único contacto con el mundo carcelario. Las horas de viaje. Las miradas desafiantes de los carceleros al saber a quien visitabas. El frío del vidrio separándote de tu amigo. El verlo levantarse, siguiendo las órdenes de los carceleros y alejarse a ese interior lejos de nuestra vista, cruzando el umbral de la puerta mientras aún se gira para una última mirada hacia nosotros, hacia lo que era su vida.

Hasta que salió.

Eran los 80 y los 90. Quedan ya lejos. O eso te crees, mirándolos entrado el s.XXI, año 2010. Hace unos cuantos días, me llamaron unos amigos de mi aún más lejano mundo de los movimientos cristianos, por si quería ir con ellos a un acto religioso en el que intervenían diferentes personalidades eclesiásticas y civiles, incluido el Rey. Les digo que sí. A los pocos días me vuelve a llamar uno de esos amigos y me dice: "mira, yo no sé qué has hecho con tu vida que yo no sepa, que no lo hayamos hablado alguna vez, pero de la lista que hemos pasado a la organización del evento internacional, la Guardia Civil nos la ha devuelto con solamente un nombre tachado, el tuyo. No te autorizan". 

La senda que nunca se ha de volver a pisar. La miro. Repaso mi vida. Nunca me han detenido. Nunca ningún juicio. Nunca ninguna denuncia. Pero no me autorizan. Qué creen que saben de mi? Qué temen de mi? Qué piensan de mi?

"Caminante son tus huellas
el camino y nada más"


De alguna manera debo tener huellas esparcidas por mi vida que alguien ha recogido, conservado y etiquetado. Unas huellas vivas en un gran silencio oscuro en algún inaccesible e inexistente archivo.

"Por qué me has traído aquí?", insiste ella.

Solamente un silencio que se sabe mejor que una mentira.

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