21 de febr. 2015

Acariciar el Rock'N'Roll: música, personajes y generaciones

Concierto en Les Enfants, una banda nueva de rock, chavales con actitud. Bien.
El manager que les está dando un empujón es uno de mis mejores amigos, y hoy nos ha invitado a un grupo de los de siempre a escucharlos. Nos gustan. Caen las cervezas. Nos gustan más.

La Rock'N'Roll actitud de los chavales va in crescendo. Sube un saxo. Pura alma de rock. Son los «Exili a Elba». Oireis hablar de ellos.

Volvemos con los amigotes, a los de siempre. Y acabamos hablando en la barra de nuestros mitos, de nuestros referentes, de nuestra música, de nuestro relato generacional, cada vez más de abuelo cebolleta. Inevitablemente Loquillo se adueña de la escena. Como siempre.

Todos y todas nos sabemos de memoria sus canciones. Seríamos capaces de cantarlo todo. Podríamos dibujar en un mapa de Barcelona sus canciones y en un mapa del alma sus anclajes.

Todos y todas somos independentistas. Lo hemos sido siempre. Lo eramos cuando los independentistas éramos cuatro gatos, no sumábamos más de 10.000 en una mani de l'Onze de Setembre y éramos tan inócuos que nadie se preocupaba de nosotros. En esa época Loquillo se dedicaba a lo suyo, a cantar, y en esa época toda una generación pusimos labios, besos y borracheras en el mapa de la ciudad y de los sentimientos con sus canciones.

En esa época Loquillo nos ignoraba, a su legión de fans independentistas, porque los independentitstas no eramos nada, no éramos ninguna «amenaza», no pasábamos de ser una nota folclórica incapaz de alterar lo más mínimo «el estado de las cosas».

Loquillo se hizo grande y se fue. Adujo que Catalunya se le quedaba pequeña, porque no le entendíamos. Eramos capaces de llenar hasta la bandera el Sot del Migdia, el Zeleste (ahora Razz) y lo que fuera, però según el no se le entendía ni respetaba. En parte tenía razón. La salida de la dictadura franquista y de 40 años de persecución implacable de la cultura y la lengua catalana tal vez llevó a que la voluntad reparadora no tuviera suficiente sensibilidad para con todo lo que se creaba artísticamente en Catalunya.

Pero manda huevos criticar a quien intenta coger aire despues de 40 años de estrangulamiento immisericorde.

Hoy estábamos en Les Enfants 8, de los cuales 7 fans confesos de Loquillo, y de siempre. Y los 7 indepentistas también de siempre. Todos habíamos lidiado con la distancia discursiva en la que – a criterio nuestro- tan injustamente se había ido instalando Loquillo. Pero lo del año pasado, cuando equiparó a independentistas con nazis, eso fue terrible y devastador. En terminos emocionales yo lloré amargamente ese insulto incomprensible.Y me costó muchísimo volver a escuchar a Loquillo. De hecho incluso rompí la entrada que tenía para su concierto en el Razz. Pero lo cierto es que con el tiempo volví a sus discos, volví a sus temas, volví a empaparme de todo ese paisaje sentimental, vital y geográfico que son sus canciones.

Lo pensé mucho. ¿ Puedes ser capaz de escuchar la música de alguien que te insulta? Puede alguien como yo, que es miembro de la ACAI (Associació Catalana d'Amics d'Israel), tolerar que le califiquen de nazi? Puede alguien como yo, que llevo 30 años luchando por la libertad, la democracia y la justicia social hacer como si nada a que le llamen nazi? Y dudé.

Finalmente me autoimpuse una máxima: no siempre la obra y su creador van parejos en coherencia y respeto. Y, en cualquier caso, hemos de ser capaces de separar lo que es la valoración de una obra de lo que es su creador.

Yo, y todos los como yo, entendemos y respetamos del todo que Loquillo no sea independentista, es más, respetamos del todo que sea un militante unionista.

La fractura se produjo cuando Loquillo decidió no respetar a los independentistas. A su legión de fans que somos independentistas. Hace dos años, en el Poble Espanyol, subimos 14 amigos a su concierto, y los 14 éramos indepes. Y ahí nos encontramos, bebimos y disfrutamos con muchísimos otros camaradas indepes. Todos sabíamos que Loquillo no lo era, que militaba en el unionsimo, però hasta entonces no nos había faltado al respeto.

Hoy, en Les Enfants, hemos acabado discutiendo, los que todos éramos en su momento fans de Loquillo, sobre él. Y debo decir que hay mucha gente que ha decidido, no sin razón, no perdonar sus insultos. Y ese ha sido el debate.

Yo me he posicionado claramente: he decidido separar del todo la creación del creador. Cuando escucho «El Rompeolas» pienso más en los ojos, los labios y los besos de las chicas con las que he estado en el Rompeolas, que en lo que piensa o dice de mi quien lo canta. Lo mismo con el resto de canciones. Acaso puede más las gilipolleces que pueda decir alguien como Loquillo, convertido en una caricatura de si mismo, que todo lo increïble que recuerdo de estar escuchando Cadillac Solitario ahí, delante del Merbeyé, cogiendo entre mis manos la cara de mi novia y besándola???

Nadie, ni siquiera su mismo creador, puede quitarme lo que es mío, una música, una época, unas vivencias.

Pero sí, persiste ese dolor de ver a quien ha musicado tu ciudad, tus sentimientos y tu actitud, convertido en un lacayo de la casta, renegar de lo que siempre ha cantado, de la actitud rebelde y sólida que reivindican las letras de sus canciones.

Loquillo no puede reivindicar el barrio ni la calle y negar al mismo tiempo lo que somos y en lo que creemos la gente de barrio y de la calle. Loquillo no debería ir cantando por ahí «los que siempre hablamos solos» e insultar a los independentistas, porque los independentistas hemos sido siempre los que hemos estado hablando solos. No se vale, ahora que ya no somos los que hablamos solos, insultarnos. No se vale cantar «a fuerza de golpes me convertí en fajador» y renegar, ignorar, menospreciar, la lucha que hemos llevado los independentistas, que somos los que más golpes nos hemos llevado en este país.

Pero la verdad es que ya me da igual. O a muchos nos da igual, nos es indeferente. Loquillo se ha convertido en una auténtica caricatura de si mismo, alguien que habla de rockers en Navidad en un anuncio de cerveza, despojado de ninguna credibilidad, sin ningún merecimiento al más mínimo respeto. Pero nos es igual, nos es indiferente. Hemos decidido quedarnos con unas canciones, con unos temas, que ya son más nuestros que suyos. Y todo lo otro nos importa una mierda.

Hace muchos años, el que hoy es el manager del grupo al que hemos ido a ver a Les Enfants era el cantante de un grupo de rock, los «Soviets», y hace muchos años también tuvieron la oportunidad de tocar en una sala en aquel tiempo de referencia, «Savannah», en el Clot. Esa sala era de Loquillo. Y el día que tocaron, ahí estaba Loquillo, en una de las barras del fondo. Me acerqué a él y estuvimos hablando un rato.

Me encantaría repetir con Loquillo ese momento de la sala Savannah, cerveza encima de la barra, mirarle a los ojos y preguntarle: POR QUÉ NO ME RESPETAS?

Sé que es una pregunta retórica. Yo seguiré con lo mío. Recordando canciones, besos y labios. Poniendo sobre el mapa todos los sentimientos que puedo reconstruir a partir de todas y cada una de las canciones de Loquillo. Manteniendo un orgullo y equilibrio individual que es la base de la la fuerza colectiva en la que tanto creo y de la que tanto reniega Loquillo.

Pero al mismo tiempo sé que es la pregunta clave de nuestra sociedad en este momento. Por qué el unionismo no respeta aquello en lo que cree la mayoría de la sociedad? Por qué no puede aceptar respetar a la mayoría?








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