La actriz y directora de cine catalana Leticia Dolera ha grabado un precioso corto "En el final de los días", sobre un tema del último álbum de Loquillo (Viento del Este).
El tema me había pasado desapercibido, en general como el resto del álbum. Pero ahora, al visionar el corto, se ha producido ese "click" que me ha enganchado del todo. Tal vez porque el corto, rodado en Barcelona, en las colinas que la rodean desde Collserola, activa esa simbiosis entre los temas -sus letras- de Loquillo, la ciudad y lo que ha sido la vida de muchos de nosotros. Es lo que alguna vez ya he explicado: son nuestra banda sonora vital. Por encima que yo sea independentista de siempre y Loquillo haya adoptado, en sus manifestaciones públicas, una posición hostil al proceso, sus canciones no hablan de nada de esto político, y en cambio sí de lo mucho que hemos vivido y como lo hemos vivido.
En el final de los días
Contando cada paso trago saliva
Años que cayeron despacio
lugares que guiaron nuestras vidas
sólo tu recuerdo perdura
En el final de los días
Ya se han cumplido más de 30 años del espectacular concierto de Loquillo en la mítica "Recta de l'Estadi", por la Mercè del 1985. Cuatro años después, en la misma montaña de Montjuïc, pero en el Sot del Migdia, y en el marco de la Festa del Treball, organizada por el PSUC, Loquillo reunió a 125.000 personas, que pagamos religiosamente la entrada, en lo que ha sido uno de los mayores retos de convocatoria del rock Made in Barcelona.
Aquellos dos conciertos nos marcaron a muchos. Ahí estaba nuestra música. Ahí estaba nuestra ciudad. Ahí estaba mucha de nuestra actitud vital. Incluso de nuestros sentimientos Mi hermano me regaló el doble K7 del directo "A por ellos que son pocos y cobardes". Y por ahí se derramaba nuestra Barcelona, por el Rompeolas, por el Merbeyé, por Barcelona-Ciudad.
Y por ahí circulaba ese camión que queríamos conducir para ser felices. 30 años después llevamos el pecho tatuado, acariciamos la carretera y el rock and roll con nuestras Harleys, pero ni mascamos tabaco ni conducimos camiones. Y lo de ser felices, como todo el mundo, supongo que a ratos mucho, a ratos poco y la mayoría de las veces...bien, gracias.
Siempre han rezumado una cierta nostalgia, muchos de los temas de Loquillo. De aquella ciudad que se escapaba a ser poseída más que querida, o de aquella vida, todavía tanto por vivir, pero que ya era como curvas alejándose en nuestro retrovisor. ¿Nostalgia de aquello que fuimos y vivimos o de lo que mitificamos más que añoramos?
No lo sabré nunca. Tampoco me interesa. Prefiero embriagarme con ese coctel de sensaciones, con esos espacios reconocibles de la ciudad, territorios libres, con esos besos que pedíamos, besos robados. Y feliz de haberlo podido vivir, todo. Llegar a Barcelona desde un barrio como San Ildefonso, en Cornellà, me deslumbró y despertó una pasión por la ciudad que todavía siento en toda su intensidad, y Loquillo le puso la BSO.
Lugares que guiaron nuestras vidas. Sí. No ibamos al Rompeolas ni nos parábamos con el coche en las curvas del Tibidabo mirando la ciudad porque lo cantase Loquillo. Loquillo lo cantaba porque era lo que hacíamos.
Ahora muchos de esos lugares sólo perduran en el recuerdo. El rompeolas desapareció sin darnos cuenta, casi sin tener ocasión de lamentarlo. Cuantas horas ahí en su interminable recta, aparcados junto al mar. Y de día contemplándolo desde la terraza vermutera del añorado Rocamar, en la entrada del rompeolas.
Sí, ahora ya tragamos saliva contando cada paso. Aquel 1985, en la recta del Estadi, yo tenía 19 años. Y toda la vida por delante. La hemos vivido con intensidad. Mucha. Ahora tal vez sí que tragamos saliva, pero seguimos contando los pasos porque seguimos caminando.
Lo pienso cada mañana, mientras me afeito y veo reflejados en el espejo mis tatuajes. Si hay canciones que son nuestra BSO, los tatuajes firman esos años que cayeron despacio.
Pero todavía no hay un cuando fuimos los mejores que conjugar, porque todavía hay tiempo de seguir luchando y demorar el pretérito tanto como sea posible.
Eso sí, se agradece toparse con un corto tan bonito como el que ha filmado Leticia Dolera. El día que no sepamos emocionarnos y sentir pasión ante la belleza y vida que se nos ofrece, en tantas cosas, ese día sí que empezaremos a conjugarnos en pretérito.
Mientras tanto...
no olvides, no traiciones
lo que siempre te ha hecho vivir
no olvides, no traiciones lo que llevas muy dentro de ti
por que no muere jamás
tu rock and roll actitud
Y también rebeldes, ante esta nueva inquisición municipal de la Colau, los suyos y sus discursos muy solemnes, que quieren enterrar Barcelona en un ataud. No vamos a dejar que nos impongais como debemos vivir ni que nos sepulteis la Barcelona que siempre ha sido y queremos siga siendo. Son NUESTRAS CALLES, es nuestra ciudad, es nuestra vida. Y, sí, también nuestros bares, a los que estais haciendo la vida imposible. Solamente alguien que no ha vivido el calor del amor en un bar que cantaban los Gabinete Caligari puede maltratar así estos santuarios sociales.
Hoy he comido con uno de mis amigos hermanos de sangre. Otro rockero. Cuando nos hemos despedido he cogido la Harley y he subido hasta el Tibidabo, junto a un Merbeyé que ya no es el que vivimos, pero sí la ciudad a mis pies. Y no me ha sorprendido el amanecer, sinó la puesta de sol. En ese momento he pensado que yo, a diferencia de la canción, nunca he querido dejar esta ciudad. Siempre he sentido y siento una pasión de locura por Barcelona. Mi ciudad.
El tema me había pasado desapercibido, en general como el resto del álbum. Pero ahora, al visionar el corto, se ha producido ese "click" que me ha enganchado del todo. Tal vez porque el corto, rodado en Barcelona, en las colinas que la rodean desde Collserola, activa esa simbiosis entre los temas -sus letras- de Loquillo, la ciudad y lo que ha sido la vida de muchos de nosotros. Es lo que alguna vez ya he explicado: son nuestra banda sonora vital. Por encima que yo sea independentista de siempre y Loquillo haya adoptado, en sus manifestaciones públicas, una posición hostil al proceso, sus canciones no hablan de nada de esto político, y en cambio sí de lo mucho que hemos vivido y como lo hemos vivido.
En el final de los días
Contando cada paso trago saliva
Años que cayeron despacio
lugares que guiaron nuestras vidas
sólo tu recuerdo perdura
En el final de los días
Ya se han cumplido más de 30 años del espectacular concierto de Loquillo en la mítica "Recta de l'Estadi", por la Mercè del 1985. Cuatro años después, en la misma montaña de Montjuïc, pero en el Sot del Migdia, y en el marco de la Festa del Treball, organizada por el PSUC, Loquillo reunió a 125.000 personas, que pagamos religiosamente la entrada, en lo que ha sido uno de los mayores retos de convocatoria del rock Made in Barcelona.
Aquellos dos conciertos nos marcaron a muchos. Ahí estaba nuestra música. Ahí estaba nuestra ciudad. Ahí estaba mucha de nuestra actitud vital. Incluso de nuestros sentimientos Mi hermano me regaló el doble K7 del directo "A por ellos que son pocos y cobardes". Y por ahí se derramaba nuestra Barcelona, por el Rompeolas, por el Merbeyé, por Barcelona-Ciudad.
Y por ahí circulaba ese camión que queríamos conducir para ser felices. 30 años después llevamos el pecho tatuado, acariciamos la carretera y el rock and roll con nuestras Harleys, pero ni mascamos tabaco ni conducimos camiones. Y lo de ser felices, como todo el mundo, supongo que a ratos mucho, a ratos poco y la mayoría de las veces...bien, gracias.
Siempre han rezumado una cierta nostalgia, muchos de los temas de Loquillo. De aquella ciudad que se escapaba a ser poseída más que querida, o de aquella vida, todavía tanto por vivir, pero que ya era como curvas alejándose en nuestro retrovisor. ¿Nostalgia de aquello que fuimos y vivimos o de lo que mitificamos más que añoramos?
No lo sabré nunca. Tampoco me interesa. Prefiero embriagarme con ese coctel de sensaciones, con esos espacios reconocibles de la ciudad, territorios libres, con esos besos que pedíamos, besos robados. Y feliz de haberlo podido vivir, todo. Llegar a Barcelona desde un barrio como San Ildefonso, en Cornellà, me deslumbró y despertó una pasión por la ciudad que todavía siento en toda su intensidad, y Loquillo le puso la BSO.
Lugares que guiaron nuestras vidas. Sí. No ibamos al Rompeolas ni nos parábamos con el coche en las curvas del Tibidabo mirando la ciudad porque lo cantase Loquillo. Loquillo lo cantaba porque era lo que hacíamos.
Ahora muchos de esos lugares sólo perduran en el recuerdo. El rompeolas desapareció sin darnos cuenta, casi sin tener ocasión de lamentarlo. Cuantas horas ahí en su interminable recta, aparcados junto al mar. Y de día contemplándolo desde la terraza vermutera del añorado Rocamar, en la entrada del rompeolas.
Sí, ahora ya tragamos saliva contando cada paso. Aquel 1985, en la recta del Estadi, yo tenía 19 años. Y toda la vida por delante. La hemos vivido con intensidad. Mucha. Ahora tal vez sí que tragamos saliva, pero seguimos contando los pasos porque seguimos caminando.
Lo pienso cada mañana, mientras me afeito y veo reflejados en el espejo mis tatuajes. Si hay canciones que son nuestra BSO, los tatuajes firman esos años que cayeron despacio.
Pero todavía no hay un cuando fuimos los mejores que conjugar, porque todavía hay tiempo de seguir luchando y demorar el pretérito tanto como sea posible.
Eso sí, se agradece toparse con un corto tan bonito como el que ha filmado Leticia Dolera. El día que no sepamos emocionarnos y sentir pasión ante la belleza y vida que se nos ofrece, en tantas cosas, ese día sí que empezaremos a conjugarnos en pretérito.
Mientras tanto...
no olvides, no traiciones
lo que siempre te ha hecho vivir
no olvides, no traiciones lo que llevas muy dentro de ti
por que no muere jamás
tu rock and roll actitud
Y también rebeldes, ante esta nueva inquisición municipal de la Colau, los suyos y sus discursos muy solemnes, que quieren enterrar Barcelona en un ataud. No vamos a dejar que nos impongais como debemos vivir ni que nos sepulteis la Barcelona que siempre ha sido y queremos siga siendo. Son NUESTRAS CALLES, es nuestra ciudad, es nuestra vida. Y, sí, también nuestros bares, a los que estais haciendo la vida imposible. Solamente alguien que no ha vivido el calor del amor en un bar que cantaban los Gabinete Caligari puede maltratar así estos santuarios sociales.
Hoy he comido con uno de mis amigos hermanos de sangre. Otro rockero. Cuando nos hemos despedido he cogido la Harley y he subido hasta el Tibidabo, junto a un Merbeyé que ya no es el que vivimos, pero sí la ciudad a mis pies. Y no me ha sorprendido el amanecer, sinó la puesta de sol. En ese momento he pensado que yo, a diferencia de la canción, nunca he querido dejar esta ciudad. Siempre he sentido y siento una pasión de locura por Barcelona. Mi ciudad.
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